Cuánta razón tenía el ex presidente del
Gobierno, Felipe González, cuando decía aquello de “quien aguanta, gana”. Puede
que no resulte muy ético, pero políticamente es rentable. El Caso Gescartera
constituye un buen ejemplo de ello.
En una atmósfera política enrarecida, los
proyectos (empresariales y políticos) se posponen, al tiempo que los
responsables de la cosa pública se hartan y, estén o no contaminados por el
escándalo, se plantean la dimisión. Es una mera cuestión de aguante psicológico
que opera según la siguiente ecuación: si dimito, pareceré culpable, si no lo
hago, tendré que soportar la corriente de ataques e insinuaciones que me llegan
de mis adversarios a través de los miembros de la oposición.
Hay otra variante, la que afecta al
ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro: no soy responsable de lo ocurrido, pero
sí lo es la persona a quien yo nombré o a quien me dijeron que nombrara (dimitió
uno de sus dos números dos, su secretario de Estado de Hacienda, Enrique
Giménez-Reyna). En otras palabras, Montoro está deprimido (nos puede suceder a
todos), un poco harto de que la política económica se haya convertido en
Gescartera, mientras asuntos como la nueva reforma del IRPF, la Ley de
disciplina del déficit público, etc, hayan quedado relegadas a un segundo
término. Especialmente, le duele que su principal colaborador le haya engañado.
Total, que atraviesa su peor momento y siente la irrefrenable tentación de
arrojar la toalla. Así lo ha confesado a sus íntimos, pero lo malo que tienen
los íntimos es que otorgan consejos más guiados por el afecto que por la razón.
Otro tentado por la dimisión es el
director general de RTVE, Javier González Ferrari, especialista en presentar
dimisiones cada semana. Es decir, que cae constantemente en la tentación, sólo
que Moncloa no le acepta la tal dimisión. Ferrari se niega a ser el ejecutor del
plan de viabilidad de la radio televisión pública, lo que exigirá, entre otras
cosas, reducir drásticamente la plantilla (ojo, no la plantilla de producción,
sino la de administración, que se aproxima a las 3.000 personas sobre un total
de 8.700 asalariados). Además, el plan obligaría a Ferrari a entrar en el
proceloso mundo de la producción externa, de la que tantos listos se están
beneficiando, incluyendo algunos “ex” de la propia casa.
Por último, otro que también ha sentido
la tentación de tirar la toalla es el propio presidente de Telefónica, César
Alierta. La gestión del día a día es comparativamente buena, pero Telefónica se
ha convertido en un reino de taifas político: es como un pan-ministerio donde
todos los ministerios quieren meter la cuchara, especialmente en Telefónica
Media. Alierta lleva meses lanzando el mismo mensaje al Gobierno: ¿qué quieren
que sea esta casa en general y Telefónica Media en particular? ¿Quieren que
crezca, que mengüe? ¿Quieren crear el gran multimedia mediático en lengua
castellana o se conforman con A-3 TV y Onda Cero? ¿Y quién quiere que lidere ese
grupo? ¿Y con qué ideario? ¿Quieren que Terra-Lycos sea la base de la sociedad
de la información en lengua castellana o simplemente que equilibre resultados?
Lo que está unido a otra pregunta: ¿Desea el Gobierno que Telefónica invierta en
red o va a permitir a los operadores virtuales que, a bajo coste, compitan con
Telefónica sin obligarles a invertir en infraestructura propia? Preguntas sin
respuesta capaces de desanimar a cualquiera. Incluso a César Alierta, un tipo
con bastante aguante al que le encanta ejercer su cargo, pero que también
dispone de posibles para retirarse del mundo de los negocios. Naturalmente, el
Gobierno está muy ocupado con Gescartera como para responder a estas cuestiones
o para renunciar a responder a ellas y permitir que Telefónica opere en un
mercado libre, razón de la parálisis de la Compañía en muchos de sus frentes
Fuente: Diario hispanidad 25/09/2001
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